Una aplicación interactiva sobre la novela de Sergio Gómez.
El libro narra la vida de un simio que, desde sus primeros recuerdos, ha sido un prisionero en una jaula de zoológico. No tiene memoria de una familia cariñosa o de haber vivido en la selva, solo la constante vigilancia de "hombres grises" que lo trataban con desgano y recelo. Se sentía como un prisionero sin derechos, sometido a humillaciones mensuales durante la limpieza de su celda. Observaba las luces de la ciudad por las noches, preguntándose por qué estaba allí y qué crimen había cometido. Aunque notaba diferencias físicas, se creía "uno más, uno como cualquiera".
Su primera oportunidad de escapar llegó cuando una vara y un alambre, usados para inmovilizarlo durante la limpieza, cedieron. Aprovechando la puerta abierta, escapó de la jaula y se arrastró por el sendero. Decidió subir hacia el cerro en busca de vegetación. Durante su huida, se encontró con un grupo de niños de visita escolar, que no parecían temerle y uno incluso le sonrió, un momento que le hizo sentir "uno más de ellos". Sin embargo, los gritos desesperados de un hombre gordo lo distrajeron, y fue atacado por Palmines el Grande (uno de sus cuidadores) con un garrote, dejándolo inconsciente.
Tras este intento fallido, el simio despertó enfermo y con una cicatriz en la cabeza. Aunque triste por la oportunidad perdida, este evento le provocó un cambio importante: por primera vez sintió que no pertenecía a ese lugar y deseó con todas sus fuerzas convertirse en un simio libre.
Meses después, su vida empezó a transformarse con la llegada de M. Ella era una visitante que, acompañada de su novio burlón, se sentó frente a su jaula. El simio, inmerso en sus pensamientos y sin interés en los visitantes, le dio la espalda, pero la escuchó a ella criticar el maltrato de criaturas como él. Por primera vez, oyó a alguien expresar lo que consideraba "ilegítimo e injusto". Intercambiaron una mirada de comprensión. M. regresó semanas después, sentándose frente a su jaula y leyéndole en voz alta de un pequeño libro. Aunque al principio no entendió, el simio pronto comenzó a comprender las historias, creando en su mente "figuras, personajes y paisajes". Por primera vez, no se sintió prisionero, sino "parte de todo aquello que relataba esa voz". Las visitas y lecturas de M. se hicieron frecuentes, llenando al simio de felicidad y haciéndole comprender parte del "mundo equivocado" en el que creía vivir. Se dio cuenta de que estaba enamorado de M., pero este amor entraba en conflicto con su deseo de ser libre.
Descubrió la "diferencia más aplastante" entre ellos: él no podía expresarse verbalmente, solo emitía gruñidos. Una mañana, M. presenció las torturas del simio durante la limpieza de la jaula, lo que la enfureció. Ella gritó a Palmines el Grande y lo amenazó con una carta de reclamo a la dirección del zoológico. Al día siguiente, M. le leyó su nota de reclamo y le prometió una "solución definitiva" a su problema. En un descuido, M. consiguió un manojo de llaves con la intención de abrir su celda. El simio sintió excitación, pero también la comprensión de que escapar significaría perder a M. definitivamente.
M. no apareció por varios días, y el simio sufrió el maltrato de los guardias, sin recibir alimento. Sin embargo, M. regresó nerviosa, indicando que era el día. Comenzó a probar las llaves, pero Palmines el Grande apareció, y M. se vio obligada a lanzar el manojo de llaves al centro de la jaula, despidiéndose con una mirada que el simio entendió como un último intento y un adiós final. El simio se sentó sobre las llaves para ocultarlas.
Esa noche, sintiendo que sus fuerzas se agotaban por la falta de alimento, el simio comenzó a probar las llaves en la cerradura. Una de ellas funcionó, y la puerta cedió. Se deslizó fuera de la jaula, decidido a no esconderse en el cerro como M. había sugerido. Creía ser un "ser humano con los mismos derechos que todos" y regresaría al mundo de los humanos. Logró salir del zoológico, evitando a los guardias en la oficina de la entrada. En una bodega, encontró y devoró comida, recuperando fuerzas, y se vistió con ropas de jardinero y zapatillas para pasar desapercibido en la ciudad. En la bodega, se encontró con Palmines el Grande borracho. Aunque sintió un "odio incontrolable" y la tentación de vengarse por sus años de injusticias, no lo hizo, lo que consideró la "primera señal de una nueva vida". Finalmente, saltó la cerca del zoológico y se alejó caminando erguido hacia la ciudad.
Una vez en la ciudad, el simio se dirigió a una plaza central, la cual le pareció un lugar perfecto para observarla gente y aprender sus costumbres. Comenzó a vivir en los árboles de la plaza, observando el "agitado y acelerado" ritmo de vida de los peatones. Por las noches, exploraba la ciudad, descubriendo que los restaurantes desechaban restos de comida en los botes de basura, los cuales se convirtieron en su fuente de alimento. Se acostumbró rápidamente a esta nueva vida de "simio libre". Una noche, un mesero le ofreció comida caliente de forma desinteresada, un acto de amabilidad que le recordó a M..
Luego descubrió a un grupo de vagabundos que se reunían en otro extremo de la plaza, cerca de la estatua del alcalde Mansur. Los estudió, notando que, a diferencia de los otros transeúntes apresurados, ellos llevaban una "existencia lenta hasta el aburrimiento". Se atrevió a bajar de los árboles y sentarse con ellos. Uno de ellos, a quien llamaban El Duque, le ofreció su café caliente, un gesto de solidaridad. El Duque se convirtió en su primer amigo, y el simio escuchó su triste historia de vida. Una noche, mientras regresaba a la plaza, se encontró con El Duque y otro vagabundo siendo brutalmente golpeados por un grupo de jóvenes ebrios. El simio, en un ataque de "ira desproporcionada", intervino y ahuyentó a los agresores. Sin embargo, El Duque estaba malherido y murió días después a causa de las heridas, dejando al simio atormentado por la culpa. Esta experiencia de la muerte, aunque ya había presenciado la muerte del oso pardo en el zoológico, le afectó profundamente.
Una mañana, una elegante mujer, la señora Dama, apareció en la plaza ofreciendo trabajo de jardinería a los vagabundos. Ante el rechazo de estos, la señora Dama se acercó directamente al simio y le ofreció el puesto, que él aceptó sin saber a qué se refería, "casi por no contrariar a aquella elegante señora". Dejó la plaza, su "primer hogar como simio libre", llevándose solo un libro. Llegó a la casa de la señora Dama, una "casa muy bonita y grande" con un extenso jardín. Fue alojado en una pequeña cabaña en el patio. A pesar de la comodidad y la buena comida, el simio añoraba su vida ociosa con los vagabundos.
Comenzó su trabajo como jardinero, adaptándose rápidamente a la nueva rutina. Observaba el trabajo de los jardineros del zoológico le había dado una base. Encontró placer en el trabajo físico, aunque se sentía inquieto por no tener un plan más allá de su libertad. Interactuaba con Leonor, la sirvienta, quien al principio le temía pero luego le ayudó a entender los productos de jardinería. Un día, sus flores fueron destrozadas, y sospechó del mayordomo, Magallanes, quien sentía envidia por su trabajo. El simio ideó un plan para proteger su jardín, lo que le llevó a descubrir al novio de Leonor, Joao, como el verdadero culpable. Joao, arrepentido, se unió al simio como ayudante en el jardín.
La señora Dama, la empleadora del simio, era una mujer importante y reservada que había enviudado hacía cinco años. Durante el verano, mientras él trabajaba, ella le contó la trágica historia de su difunto marido, Armando. Armando, un hombre rebelde de familia adinerada, había abandonado todo para ser ovejero en la Patagonia. Fue asaltado y dado por muerto. La señora Dama, sintiendo que estaba vivo, emprendió una valiente búsqueda en la Patagonia, donde finalmente encontró el cuaderno de cuero que le había regalado a Armando. Siguió pistas y se encontró con un grupo de bandidos que habían asaltado a Armando. Uno de los jóvenes bandidos, Magallanes, la salvó de ser asesinada por el jefe del grupo. Magallanes, la señora Dama y Armando (a quien encontraron herido en un hospital) regresaron juntos a Santiago. La señora Dama le ofreció a Magallanes un trabajo en su nueva casa y le pagó a un profesor para que le enseñara a leer y escribir, convirtiéndolo en el fiel y eficiente mayordomo de la casa. El simio, al enterarse de la historia de Magallanes, comenzó a verlo de otra manera, dejando de lado sus miradas frías.
Un verano, llegó Estebito, el nieto de la señora Dama, un niño enérgico que interrumpió la tranquilidad del jardín. El simio, aunque inicialmente molesto, pronto encontró en Estebito una conexión especial, pudiendo comunicarse con él a través de gestos y juegos. La señora Dama, preocupada por el retraso en la lectura de Estebito, contrató al profesor Santis para darle lecciones. El simio, aunque debía solo supervisar, aprovechó la oportunidad para escuchar atentamente las lecciones y aprender a leer en secreto. Practicó incansablemente por las noches, uniendo palabras y sonidos. Al final del verano, había logrado leer su primer libro, "El conde de Montecristo", una novela que lo fascinó y con la que se identificó como un "prisionero" que buscaba venganza.
El descubrimiento de la lectura tuvo un impacto devastador. Al leer diarios y revistas, el simio se encontró con artículos sobre los grandes primates de África, confirmando su verdadera identidad como simio. Esta revelación lo sumió en una profunda depresión y enfermedad. Brigiet, otra empleada, lo cuidó en silencio. La señora Dama, al verlo moribundo, le dijo la frase que lo sanó: "Has sido un buen hombre". Estas palabras le dieron consuelo y le hicieron aceptar su realidad: seguía siendo un simio, pero también podía ser un "buen hombre".
Con el tiempo, el simio aceptó su identidad. Después de la partida de Magallanes, la señora Dama lo nombró el nuevo mayordomo de la casa. Brigiet le enseñó sus nuevas funciones y a vestirse elegantemente, aunque él seguía durmiendo en el suelo de su cabaña y usando sus zapatillas. La señora Dama también le confió la tarea de limpiar y organizar la vasta biblioteca del sótano de Armando. En los años siguientes, el simio leyó casi íntegramente la biblioteca.
Recibió una cámara fotográfica como regalo de Estebito. Inicialmente indeciso sobre qué fotografiar, decidió documentar el paisaje de su barrio y el de la población pobre cercana. Sus fotografías revelaron las crecientes diferencias sociales y los cambios urbanísticos. Entregó estas fotografías al alcalde de la comuna, esperando llamar la atención sobre la miseria de la población. Sin embargo, la exposición de sus fotografías llevó a la erradicación de la población pobre, un resultado que lo desoló y le hizo darse cuenta de que, a pesar de sus esfuerzos, seguía siendo un ser "diferente" y se equivocaba. Guardó su cámara y sus fotografías.
La casa y sus habitantes envejecieron. La cocinera y otros empleados se marcharon. La señora Dama se enfermó gravemente. El simio la cuidó por las noches, y en su última noche, ella le contó de nuevo la historia de Armando y murió lentamente mientras él le sostenía la mano.
Tras la muerte de la señora Dama, Estebito vendió la casa, donando la biblioteca a una escuela. El simio se despidió de Brigiet y dejó la casa, llevando consigo sus recuerdos y su libro.
Finalmente, el simio regresó a la plaza del centro de la ciudad. Alquiló una habitación y comenzó una nueva vida como fotógrafo callejero, retratando a los niños y otras personas en la plaza. Aunque su vida se volvió tranquila, ocasionalmente se quita la ropa, trepa a los árboles de la plaza y disfruta de una vida que "tal vez me correspondía, pero que nunca fue". Aceptó que ahora era "otro, un buen hombre, o un buen simio, da lo mismo". Sus proyectos futuros son viajar a Tierra del Fuego, un lugar que lo intriga y lo conecta con una fotografía que guardaba.
Narrador (el Simio): El protagonista y narrador en primera persona de la historia, un simio que vive una serie de transformaciones desde su cautiverio en un zoológico hasta su vida en la sociedad humana.
M.: Una joven visitante del zoológico que muestra compasión por el simio y le lee historias, siendo fundamental en su despertar y deseo de libertad.
Palmines el Grande: Uno de los cuidadores del zoológico, descrito como cruel y despectivo hacia el simio, responsable de maltratos.
El Duque: El primer amigo del simio en la ciudad, un mendigo que le enseña sobre la vida en la calle y la solidaridad entre los marginados.
Señora Dama: Una mujer adinerada y distinguida que contrata al simio como jardinero, le brinda un hogar y juega un papel crucial en su aceptación personal al llamarlo "un buen hombre".
Armando: El difunto esposo de la señora Dama, cuya historia de rebelión y búsqueda de libertad en la Patagonia es contada por la señora Dama al simio.
Magallanes (el Mayordomo): Inicialmente presentado como hosco y enigmático, se revela que fue un cuatrero y bandido salvado por la señora Dama. Se convierte en una figura paternal y confiable, compartiendo una historia de desarraigo similar a la del simio.
Estebito: El nieto de la señora Dama, un niño y luego un joven con quien el simio establece una relación de amistad y juego. Es clave en la apertura de la biblioteca del sótano.
Joao: El novio y luego esposo de Leonor (la cocinera, antes de su partida), quien también trabaja en la casa de la señora Dama. Es alegre y acompaña al simio en varias aventuras.
Brigiet: La sirvienta de la casa de la señora Dama, inicialmente distante, pero que luego comparte su propia historia de cautiverio y escape con el simio, forjando una conexión.
Librero: Un anciano inmigrante y dueño de una librería que le regala al simio su primer libro, reconociendo su "alma de lector" a pesar de su incapacidad inicial para leer.
Tierra del Fuego: Un paisaje patagónico que simboliza el pasado de Magallanes y que, al final del relato, el simio desea visitar, representando su propia búsqueda de identidad y arraigo.
Biblioteca del sótano: Un espacio lleno de libros en la casa de la señora Dama, inicialmente clausurado, que se convierte en un centro de aprendizaje y autodescubrimiento para el simio.
Fotografía: Una nueva forma de expresión y conexión con el mundo que el simio descubre, utilizándola para documentar su entorno y las diferencias sociales, especialmente las vidas de los niños de los barrios periféricos.
"Buen hombre": La frase de la señora Dama que brinda al simio la autoaceptación y un sentido de valía, transformando su percepción de su propia "simiesca" naturaleza.
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